Heme aquí, debajo de la inmensa bóveda estelar, justo en el centro de todo...

Me quiero recostar entre la luz del sol y la oscuridad que la luna logra recopilar con su tenue resplandor, sólo quiero desaparecer por un segundo de este ocupado espacio en donde todo se mueve tan rápido, pero simplemente no puedo, una espina en mi corazón impide que las estrellas en el cielo luzcan como cualquier día. Hoy no las aprecio, solo veo pequeños puntos de pequeñas luces que se pierden y se desvanecen, sin ningún atributo especial.

En momentos como este me doy cuenta que a veces el mundo puede ser un lugar tan pequeño, sin fronteras, todas las divisiones políticas que lo conforman pueden reducirse a una delgada e insignificante línea invisible, donde la distancia no es un obstáculo que impide que hoy estemos aquí y mañana a 1000 kilómetros, nada está garantizado.

Abro y cierro los ojos, derramando la sangre del alma, una tormenta silenciosa de lágrimas y en menos de lo que toma un respiro, mi cuerpo siente pasar cada segundo que corre como agua que se desperdicia, sin sabor ni sentido, creando un momento insípido en donde la consciencia susurra a mi oído mental que la vida es mas corta de lo que pensamos, como la llama de una vela que se va consumiendo y que derrite su cera lentamente hasta que en un instante la iluminación que simula se disipa y solo queda una ligera exposición de humo, como la prueba de una vida que hubo y se fue sin anunciar.

Un sentimiento de impotencia y de frustración, como una camisa de fuerza ajustada, invaden mi todo y destruyen mi bienestar. Si tan solo esa maldita medida delimitada que hace que el espacio y los planetas que circulan a través de él se deprecien, me diera una oportunidad de recrear un bloque completo de 24 horas con todas y cada una de las personas que ocupan un lugar dentro de mí, lo juro que lo haría por el resto de mi estancia temporal. Nunca sabemos cuando puede ser la última vez que nos despedimos de alguien y que podremos abrazarlo, verlo sonreír y ver muy a dentro, en lo profundo de su mirada, la plenitud y felicidad que se cocina y se encierra en una olla sellada, cómo un vínculo extraordinario e inhumano que se suscita en un suspirar.

El viaje diario que llamamos "vida" es más frágil de lo que creemos, se puede quebrar incluso con mayor facilidad que un tazón de vidrio fino y, desgraciadamente, es en estas situaciones de dolor, pena y tristeza, en los que valoramos cada detalle del universo que nos rodea. Los frutos saben más dulces, el pasto luce más verde, el cielo luce más bello y agradecemos por tener dos pies que soportan el peso de nuestro cuerpo conceptual y nos llevarán, si así lo decidimos, hasta donde queramos llegar.

Nunca es tarde para reflexionar sobre que estamos haciendo con nuestras vidas y si realmente es lo que queremos hacer, para hacer un cambio, para escribir una carta a alguien que hace mucho no vemos, para tomar el teléfono y decir a alguien cuanto lo quieres, para pedir perdón y redimir todas las decepciones que ocasionamos, para hacer el día de otra persona, para conocer ese lugar que tanto soñaste, para jugar el deporte que tanto quisiste, para simplemente disfrutar y no dejar que nada ni nadie te priven de realizarte como persona.

Las oportunidades son hoy y ahora, no volveré a dejarlas pasar, no hay nada que no puedas hacer, tu corazón te guiará si tu fuerza es sincera y pura. Es tiempo de levantarse, dejar de inventar excusas con uno mismo, de pensar que somos débiles y que no triunfaremos. Sólo párate, inhala todo el oxigeno que te quepa y grita sin pensar : ¡ESTOY VIVO!

Dedicado a mi "zeide" Moises Braverman Cieslak.
Descansa en paz, tu nombre iluminará a este cielo por siempre.

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